Pensaba que dejaría de vivir situaciones
surrealistas al venirme Finlandia, pero veo que no: aquí me pasan cosas incluso
más extrañas. Como dice una amiga mía: mi vida parece un capítulo de "Cómo
Conocí A Vuestra Madre".
El sábado pasado salí por el centro de la ciudad
y la experiencia fue, cuanto menos, curiosa. Y, por supuesto, digna de contar.
Me quedó clarísimo aquello de que “la primavera la sangre altera”.
Todo empezó el martes 19 en un meeting que
tuvimos con la gente con la que estamos trabajando mi compañero de piso y yo: se
organizó una merienda en una sala del club deportivo de la ciudad para que nos
conociésemos todos. Ahí fue donde conocimos a Silvo, un eslovaco que estuvo,
como nosotros ahora, de voluntario en Finlandia en el año 2006. Este chico
volvió para acá en 2008 y ha estado viviendo en Lappeenranta desde entonces. Una
de las trabajadoras sociales creyó oportuno presentárnoslo, porque pensó que
sería interesante que compartiese su experiencia con nosotros, ya que podríamos
aprender de ella. Pues bien, al parecer, este señor la experiencia que quería
compartir no era precisamente la que tuvo como voluntario.
Después de la reunión, se ofreció a llevarnos en
coche a casa. Parecía una persona muy amable, aunque tenía algo que a mí no me
gustaba. No sé qué era, pero algo había en el interior de este personaje que
hacía que a mí me saltasen las alarmas.
El caso es que, antes de montarnos en el coche,
nos ofreció ir a tomar una cerveza a uno de los pubs más populares de la ciudad,
el Lucky Monkeys, para conocernos un poco mejor y, como somos gente sociable,
aceptamos; pero ya os digo que tenía algo que no me gustaba. Entre otras cosas,
le noté que su interés hacia mí no era sólo amistoso… Y, a ver, sin ánimo de
ofender y aun a riesgo de parecer superficial, este que os digo no era
precisamente un Adonis. Aunque, por lo que vi, él estaba convencido de que sí.
Después de esto, nos dejó en casa y quedamos en
que otro día nos veríamos los tres de nuevo para salir de fiesta. Y ese día
llegó: el sábado pasado, que trabajé. Hicimos una jornada especial de comida
española en mi centro joven y Dani, que estaba por el centro de la ciudad, se pasó a verme y
aprovechó para decirme que había quedado con Silvo después para tomar algo y
salir por ahí. Que luego podríamos quedarnos en su casa o nos acercaría él a la
nuestra.
Llegó mi hora de salir, a las once de la noche, y
me fui para el Lucky Monkeys, que es donde estaban los dos. Los saludé y Silvo
se vino conmigo a pedir mi bebida. Cuál fue mi sorpresa cuando, al ir a pagar,
me encuentro con que ha pagado él ya. Por supuesto, le dije que no hacía falta
que lo hiciese, que no me gusta que me inviten (quien me conoce lo sabe de
sobra); pero él dijo, con sonrisita melosa, que sí, que sí, que yo había ido
allí por él. ¡MEEEC! Me saltó de nuevo la alarma, claro: le expliqué que yo no
había ido allí por él, que simplemente me apetecía salir por la noche después
de haber estado toda la tarde trabajando. Pero creo que le entró por un oído,
rebotó contra su orgullo viril y le salió por el otro. Imaginaos la estampa: un señor
con más ego que estatura, ebrio, sonriendo en un patético intento de ser un
donjuán, diciéndome que yo estaba ahí por él. Intenté reprimir la carcajada,
pero fue imposible.
Nos sentamos y, viéndolo venir, me fui a poner
enfrente de él para guardar las distancias, porque veía que iba a ser
necesario. El caso es que se puso muy pesado con que me pusiese a su lado,
porque donde yo me iba a sentar ya estaba ocupado (es cierto que había gente
sentada y, aunque había espacio, no sabía de quién podía ser). Aunque no le di
mucho crédito, me puse a su lado porque sé cuándo y cómo pararle los pies a los
de su especie. Fue cuestión de segundos que empezase a intentar meterme mano: primero
me cogió por la cintura y, cuando le pedí que quitase la mano de ahí, la
deslizó “disimuladamente” y me la puso donde la espalda pierde su nombre. Le
miré y le dije “Silvo, ¿eres ese tipo de persona que toca mucho a los demás
cuando habla, como hace la gente española, o vas de otra forma?” Como era de
esperar, se hizo el tonto. Se limitó a preguntarme si me hacía sentir incómoda,
a lo que le contesté, con toda la educación que me permitía la ocasión, que sí,
claro; pero siguió sin quitar la mano. Llegó mi compañero y, en español, le
expliqué lo que estaba pasando para ver si me podía cambiar el sitio. Entonces
quedamos en que, disimuladamente, lo haríamos en cuanto fuera posible. El
casanova de Silvo siguió con su actitud de rompecorazones conmigo, cosa que no
me hacía ninguna gracia, porque imaginaos la situación: yo soltera, extranjera,
en un pub lleno de finlandeses buenorros, con un pulpo eslovaco cogiéndome de
la cintura. Pues mis posibilidades de encontrar a uno que de verdad mereciese
la pena se veían muy reducidas. Me volvió a preguntar si me hacía sentir
incómoda y le expliqué que, además de que yo no era así, no era lo mismo tocar
a alguien de manera normal cuando estás hablando que eso que estaba haciendo
él. Esto mientras pensaba “Sí, me encanta. ME ENCANTA QUE ME ESTÉS ESPANTANDO A
LOS CHICOS AQUÍ. ME ENCANTA. Sigue haciéndolo, por favor”.
Bien, pues cuatro veces más se repitió la
situación de ponerme las putas manitas donde no debía, hasta que, a la quinta,
se las cogí y se las quité de mala manera. Estaba más que cansada de repetirle
que parase, que no llevábamos allí ni media hora y ya estaba así, que yo no
quería nada con él y que, sinceramente, me estaba espantando a los que sí me
interesaban. Bueno, pues su reacción fue la siguiente: le pidió el abrigo a mi
compañero, cogió su bolso y nos dijo que se iba a pedir otra cerveza.
Obviamente, no fue a pedir otra bebida: en un alarde de madurez, decidió
marcharse a su casa como un cobarde, dejándonos tirados allí sin manera de
poder volver, porque aquí por la noche no hay autobuses. Y nosotros vivimos a 9
km del centro de la ciudad.
Yo, que me lo había imaginado al verle coger sus
cosas, no me sorprendí; pero la reacción de mi compañero al percatarse de que
nos había vendido fue bastante interesante. El caso es que lo principal era
cómo volvíamos a casa sin gastarnos un dineral en un taxi, que aquí cuestan una
pasta. Así que empezaba nuestra aventura.
Mientras estábamos sentados pensando en qué
hacer, avisé a un amigo finlandés, por si tenía idea de qué otro autobús
podríamos coger a esa hora (eran las doce de la noche aún), ya que hacia
algunas zonas los había a esa hora. Entonces me dijo que él iba a salir por la
ciudad. ¡Bien! Al menos teníamos una alternativa si no encontrábamos cómo
volver a casa.
Bueno, pues Dani empezó a hablar con un chico que
teníamos sentado al lado, porque aquí en los pubs la gente comparte asientos
aunque no se conozcan. Y resultó ser un tío majo que nos ofreció su casa para
quedarnos a dormir si lo necesitábamos. Eso es algo que yo en España también he
vivido alguna vez, en casos extremos, y nunca me han quitado un órgano ni nada,
así que decidimos fiarnos.
Estuvimos tomando unas cervezas con él y la
verdad es que era un tío encantador, pero principalmente con Dani: le invitaba
a todas las consumiciones que quería y él, que llevaba desde las seis de la
tarde bebiendo, parecía que no veía el límite, aunque también le saltó la
alarma.
Mientras estábamos así, conocí a varias personas,
ya que, en vistas del momento íntimo que estaba viviendo Dani con su pagafantas,
decidí irme de relaciones públicas un rato. Y dio resultado: otra chica nos
ofreció su casa para quedarnos si lo necesitábamos. Me explicó que ella vivía
sólo a 1 km de la ciudad y que, además, no quería que nos fuésemos con el otro,
porque hace tiempo vio un documental “en el que salía un violador con su misma
cara”. Así que, en vistas de cómo había empezado la noche, pensé que podía
llevar razón y que era conveniente hacer caso a la intuición.
Después de este pub, visitamos otro, el Old Cock,
que también es muy conocido en la ciudad. Y aquí estuve hablando con tres
chicos. La verdad es que eran majísimos y uno de ellos hasta estaba casado y
enamoradísimo de su querida esposa, así que me inspiraban confianza, que era
algo que me hacía un poco de falta esa noche.
Cuando cerraron este pub (sí, somos unos
cierrabares, pero es que aquí cierran muy pronto), nos fuimos a casa de esta
chica y, de camino, nos encontramos con su novio, que se iba a dormir con ella
también.
Ya en su casa, después de estar como una hora
hablando los cuatro, nos dejaron unas mantas y nos acoplamos en el salón: yo en
el sofá y Dani en el suelo con una esterilla y una almohada. Bien, pues cuando
llevábamos como un par de horas durmiendo, me despierto sobresaltada por un
golpe. Me giro casi sin poder abrir los ojos y veo al novio de la chica medio
agachado diciéndole algo a Dani. Deduje que iría a la cocina y que, de camino,
se había tropezado y le estaba pidiendo perdón. Bueno, pues sigo durmiendo y
noto que se sienta a mi lado, a la altura de mi espalda. Pensé que se iría,
pero no. Y no sólo no se fue, sino que se tumbó a mi lado. Os podéis imaginar
cómo me quedé. No podía dejar de pensar “¿Se puede saber qué cojones os pasa a
todos hoy?”. Ya había tenido bastante con el otro memo, que, por cierto, no había
sido el único que me había tirado los tejos esa noche.
Bien, dentro de lo anormal de la situación,
intenté seguir durmiendo, pensando que se marcharía, cosa que no hizo. Siguió
ahí hasta que, sobre las doce, se despertó su novia y vino a por él. Cuando
salió ella de la habitación, yo estaba despierta, pero me hice la muerta. No la
dormida, no: la muerta, por si acaso. Ella sólo lo mandó a la habitación y se
fue con él. Supongo que le echaría la charla. O no. Ya no sé…
El caso es que ya se levanta Dani también y me
dice “¿Qué te parece lo de este tío?”. Yo le dije que me parecía raro, claro,
pero que al menos la novia no había reaccionado mal. Y me dice “No, lo de que
estaba en bolas”. Y yo “Pero ¿qué dices? No… Si llevaba una camiseta, que lo vi
yo”. Su respuesta fue: “Sí, SÓLO una camiseta. No llevaba calzoncillos”. Ahí mi
cabeza ya sí que no me daba para entender absolutamente nada. Como dice una
amiga mía, le debió dar un "Harlem shake neuronal o algo".
Bien, después de unas pautas de protocolo y
deseando no tener que verle la cara al sujeto de nuevo, nos marchamos de esa
casa y llegamos a la nuestra.
Ya a salvo, decidí echar mis pantalones a lavar
y, antes de ello, miré si llevaba algo en los bolsillos. Encontré un ticket y
recordé que esa noche, cuando estaba hablando con los tres tipos aquellos tan
simpáticos del Old Cock, uno de ellos me preguntó que cómo habíamos ido a parar
allí. Se lo conté mientras pedía una bebida y, casualmente, vio que me guardaba
el ticket de la consumición. Me preguntó que por qué. Le expliqué que era
porque quizá al acabar el proyecto me podían pedir justificar en qué había
gastado el dinero y que, aunque fuese con tickets de cerveza, pensaba
justificarlo. Entonces me ofreció su ticket. Me negué y él insistió unas
cuantas veces así que, en vistas de que no lo iba a coger, me lo metió en el
bolsillo del pantalón (al menos este ni me rozó al hacerlo, no como los otros).
Volviendo al momento en el que lo encontré: lo abrí para ver el importe de su
consumición y… ¡Oh, sorpresa! Estaba su número de teléfono. En ese momento me
dio la risa ya, porque era todo demasiado surrealista. Obviamente, no le he llamado.
Es curioso que aquí todo el mundo me ha vendido a
los finlandeses como chicos tímidos, pero no acabo de tener muy claro que eso
sea cierto. En cualquier caso, ahora me da un poco de miedo salir de fiesta
otra vez.
Os mantendré informados.
¡Saludos!